martes, 27 de octubre de 2015

Cadáveres a la orilla



Y allí estaba cayendo en el fondo oscuro de ese agujero, que ahora le parecia infinito.

Y es que juan nunca imagino que abrir un hueco en aquel terreno implicaba morir.

Su jefe había sido claro:
- ¡Lleva los cadáveres y entierralos en el terreno de siempre!-

Pero ahora se dio cuenta que su jefe estará furioso.
Los cadáveres quedaron en la orilla y el sigue cayendo en lo profundo de ese hueco que parecia pando pero ahora se lo devora sin parar.

Por Renzo Corredor

¿Y tú como crees que termina esta historia?(escríbelo en los comentarios, Gracias)


viernes, 23 de octubre de 2015

Sonrisa Reprimida

Era común verme al espejo, me levantaba con esas ganas de no hacer nada o de irme lejos lejos de mi jefe, de mis deudas, de mi trabajo... de mi existencia.




Soñaba con ir a una isla en la mitad del océano, con cocos altos y deliciosos, con una cabaña y una playa enmarcada por un volcán extinto, selva indomable y lindas isleñas.


Pero la realidad era diferente, me esperaba siempre después de cada alarma de mi reloj, un bus lleno de gente en un día lluvioso, contaminación por doquier y sin un céntimo en el bolsillo, caminando bajo la tormenta, que cae constante y silenciosa en medio del desorden, la basura y la pobreza, todo para llegar a mi puesto de trabajo en un gran edificio, con un escritorio lleno de papeles y un jefe preguntándome si es que soy idiota o la idiotez es natural en mi.


-si esa es mi vida-


Pero aquella mañana algo cambió, me levante con una sonrisa disimulada que empezó a emerger lenta pero paulatinamente con cada amanecer, al principio crei que seria una alegría reprimida, pero no recordaba la razón por la cual la sonrisa sin felicidad tenía ocasión.


Pero resultó que no se detuvo, cada mañana durante 15 días, mi boca empezó a dibujar una sonrisa, al principio disimulada, después descarada y por último macabra.


Cuando era una sonrisa disimulada logró que alguna mujer en el bus me mirara con curiosidad, incluso hicieran amague de enojo o de chiste, pero con ese gesto disimulado e invisible parecía que mi alegría era constante, pero cuando la sonrisa se tornó más grande y visible, mi jefe creyó que me burlaba  de él y me lleno de memorandos, que terminaron por sumar los permitidos y un día después de mojarme en la lluvia al llegar a la oficina, otro individuo ocupaba mi lugar, mis papeles y mi viejo computador con mañas.


Tuve que refugiarme en mi pequeña habitación de un inquilinato sucio en el centro, administrado por un gordo seboso de calvicie pronunciada y de chistes subidos de tono.


Encerrandome en mis cuatro paredes, era evidente que tenía un problema y antes de que se me venciera el seguro médico, fui al consultorio más cercano, tapandome con vergüenza esa risa misteriosa que no se quitaba de mi rostro.


El doctor, la miró, río y después sintió un temor evidente, me dijo que mi gesto era incurable y que debía acostumbrarme, que debía vivir con ella asi no me gustara.


No acepte el diagnóstico y de un portazo hui  del consultorio, pero afuera la lluvia había arreciado, la gente corría y las calles con trancones se dejaba morir bajo el sol de la tarde, mientras mis lágrimas no llegaban a la barbilla, porque mi risa macabra se las chupaba antes de llegar.


-¡Maldita seas sonrisa endemoniada!- grite con fuerza pero nada cambió, allí seguía, parado y empapado en la calle, mientras los transeúntes se preguntaban si era un drogadicto o un loco más.


Corrí a mi casa, esa miserable y lúgubre habitación llamada hogar.


Allí me refugie en la oscuridad y sentía que mi cuerpo ya no era mío, que la sonrisa era algo más, una presencia en mi mente, un sentimiento en mi ser, un pensamiento repetitivo y martirizante, que se había vuelto obsesión.


Pasaron los días con sus noches, mis huesos ya se notaban evidentes bajo la delgada piel, la sonrisa me impedía pronunciar palabras, comer o beber, me había inmovilizado y sólo dejaba escapar carcajadas pequeñas, al principio inconscientes y ahora más fuertes.


El silencio de mi habitación era roto por los golpes en la puerta del casero, reclamando por el pago de la pensión, a lo cual yo ya no pronunciaba palabras  solo carcajadas endemoniadas.


No lo soporte mas, tuve que salir, tuve que partir y ahora estoy aquí, parado en la puerta cristalina de esta droguería, es de noche y creo tener diez rehenes, a todos les apuntó con la pistola ensangrentada del vigilante que yace degollado en el piso, mientras mis manos no dejaban de temblar


-¡Sal con las manos en alto!- grita un hombre de uniforme desde sus carros policiales afuera en la calle.


-¿pero yo no se que hago, no se quien soy?- le pregunté a mis rehenes mientras ellos me miraban aterrorizados.


Un hombre entre los rehenes del suelo grita:
-¡maldito mal nacido tirate al piso y ríndete!-


Pero al intentar callarlo con una patada en la cara, se rompen los vidrios y me doy cuenta lo expuesto que estoy, las balas entran a gran velocidad, una se aloja en mi hombro, otra en mi rodilla pero finalmente una última me atraviesa mi ojo izquierdo, siento dolor y un sonido, un timbre agónico en mi mente.


Caigo lento, veo los cocos, veo la playa y las mujeres de mi sueño... pero no me veo a mi... los policías entran y me levantan entre varios, arrastrándome y tirándome a la calle, mientras la marca roja de mi sangre es un camino de vuelta al lugar.


Un hombre de bigote me mira fijo y analiticamente...


Yo inmóvil a sus pies, agonizando, solo le miro con el ojo bueno que me queda...


-¿otro loco mas, otro enfermo más? le pregunta un policía al otro.


-¿le quitamos la máscara jefe?- responde el otro.


-si quitale esa ridícula cara de payaso y veamos quien es el lobo solitario de hoy-


Por Renzo Corredor


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