-Profesor, algo me dice que no debemos descender. Exclamo el joven
-Estos indios nos pueden estar engañando, acá no es la caverna de las luces, según el diario del Dr. Marcus ésta debe estar 3 grados más al oeste, y sólo veo un maltrecho hueco invadido por la selva.
-Tranquilo Jonatán- le espeto el Profesor- ellos saben lo que hacen.
Y así fue que los arqueólogos empezaron el descenso con sus lamparas.
Al principio parecía que la caverna era una más en esa selva inhóspita y profunda, pero al seguir por un sendero oscuro entre las rocas, notaron que el aire estaba enrarecido con un dulce aroma a flores diferente al pestilente guano de las heces de los murciélagos.
De repente vieron que unas pequeñas luces moradas emergían de la oscuridad.
Y éstas llenaron todo el espacio, dejando ver una esbelta figura femenina en piedra blanquecina tan grande como un edificio de 10 pisos en medio de un gigantesco lago interior, con el torso descubierto donde cientos de collares de calaveras cubrían parte de sus senos perfectos, mientras sostenía con sus brazos extendidos el techo de la bóveda coronada por miles de estalactitas de cristal.
¿Pro...feee.soooor Qué es eso?
Exclamo el joven anonado al ver que los ojos de la estatua gigante tenían dos cristales azules tan grandes como las llantas de un tractor, pero mas horrorizados se vieron al ver que las extrañas luces eras insectos del tamaño de una mano que ahora empezaban a tomarlos de las ropas y a elevarlos sobre las cristalinas aguas que rodeaban la gigantesca estatua.
¡Cacique Ninqut digales que nos bajen! grito el Profesor a los indígenas que ahora los veían desde la orilla mientras cantaban una extraña canción,
Las lamparas de aceite de los expertos caían y se perdían en el azabache profundo de aquellas aguas.
Malditos! malditos! gritaba el joven, todo era una trampa, grito asustado el joven al ver que a los pies de la figura en piedra se acumulaban huesos y entre ellos uniformes y elementos del Dr. Marcus y su equipo.
Por Renzo Corredor
Por Renzo Corredor